SUEÑO
Era de día,
yo estaba en la calle.
Andando sin
rumbo, tropecé con una cajita. La examiné muy de cerca hasta que me decidí a
cogerla.
La caja era
de metal plateado y
tenía una pegatina en la tapa, un círculo rojo atravesado por una raya del mismo
color y en el centro, una persona.
La abrí, dentro había unos 50 caramelos de dos clases,
unos rojos y otros naranjas.
Me comí uno rojo, ya que es mi color preferido, de
repente me empezó a picar la lengua, después toda la boca. Noté un pinchazo en
cada ojo y descubrí que no necesitaba respirar ni parpadear.
Me guardé la caja en el bolsillo de mi abrigo y corrí a
mi casa.
Por el camino descubrí que casi no se me veía.
Ya en casa me miré en el espejo del pasillo y grité.
Tenía los ojos rojos,
los colmillos me habían crecido un poco, mi pecho no subía y bajaba, ni
parpadeaba.
Pero algo sobresalía sobre todo lo
demás: deseaba algo con todas mis fuerzas y eso era ¡sangre!
¡Sangre humana!
Solo me quedaba algo por comprobar.
Corrí hacia mi habitación tan rápido que no tardé ni un segundo en llegar.